Andalucía en primavera
Andújar
El fin de
la guerra civil supuso el reinicio de la tradición de La Morenita , que, desde
entonces, ha ido a más. Cada última semana de abril, Andujar, una ciudad
identificada plenamente con su Patrona,
lleva a cabo los preparativos que dan humana consistencia a la más espiritual
de las romerías.
El Cabezo
bien vale una misa. Una visita. Los romeros acuden desde todas las provincias
de España. Más de un centenar de hermandades romeras de la Virgen de la Cabeza se diseminan por el
país. Todas enfilan sus pasos hacia Andujar cuando abril entra en fase terminal.
En la ciudad hacen el paseíllo. Los recibe la hermandad matriz, flanqueada por
toda la ciudad, que se aposta a uno y otro lado de las calles para contemplar
el paso de las cofradías romeras. Les une la solidaridad de los iliturgitanos.
Les hermana su propia alegría.
El entorno
acompaña siempre a los peregrinos. La primavera asiste en verde a cada
encuentro. Frente a la aridez de Almonte, la explosión vegetal de Sierra Morena
es una tentación imposible de desdeñar. Las comparaciones nunca son odiosas. La
naturaleza se convierte en el Cabezo en un argumento para el disfrute. Así lo
entiende el medio millón de fieles que año tras año coloniza el paraje durante
una semana para honrar a su Virgen grande.
Romeros
Anclados en tiendas de campaña, los romeros no
dejan un palmo de pradera sin ocupar. Su huella es perceptible incluso en el
embalse del Jándula, a varios kilómetros del santuario, donde los peregrinos,
que acuden a pie, a caballo, en automóvil o en carroza, hacen una primera
parada para darle al cuerpo alegría alimentaria. Queso, jamón y tinto. Lo
clásico en nutrición silvestre.
La llegada hasta el cerro es lenta. Desde Andújar al cerro del Cabezo hay tantos kilómetros como años le dejaron a Cristo. Todos de sinuosa subida. La meteorología no importa. Si hace bueno, un sol tibio, blando, acompaña a los romeros en la ascensión. Si, por contra, llueve, el aliado de los peregrinos es un olor mixto, a pino y tierra húmeda, que hace más llevadero el aguacero.
La llegada hasta el cerro es lenta. Desde Andújar al cerro del Cabezo hay tantos kilómetros como años le dejaron a Cristo. Todos de sinuosa subida. La meteorología no importa. Si hace bueno, un sol tibio, blando, acompaña a los romeros en la ascensión. Si, por contra, llueve, el aliado de los peregrinos es un olor mixto, a pino y tierra húmeda, que hace más llevadero el aguacero.
Desde el
valle al cerro apenas distan un centenar de metros. Pero son dos mundos
opuestos. El silencio estalla justo cuando se inicia el camino de ascensión.
Atrás queda el jolgorio. Cuando el peregrino penetra por la puerta que empalma
el valle con el cerro, se alía con el recogimiento. Enormes, pulidas, piedras,
alineadas y a su mineral antojo, flanquean la ascensión. Se sube a pie o de
rodillas. Hay quienes pagan así, con un tributo de rótula, una promesa mariana.
Antorcha
La
llegada al santuario está precedida por un aroma a cera. Durante tres días los
peregrinos mantienen viva una enorme antorcha, de varios metros de diámetros,
con las velas que mercan en el santuario. Las arrojan en penitencia al interior
de la hoguera. Piden así su perdón para sus pecados. Después, o antes, acceden
al santuario, reconstruido tras la guerra civil y plagado de catacumbas. Los
romeros, ajenos a la historia sólo tienen ojos para la fe. Y la fe la encarna La Morenita , una Virgen
diminuta que hace grande al Cabezo.
Su salida
en procesión es espectacular. Cada último domingo abrileño la pasean, tras la
celebración de una misa de campaña, más de un centenar de hombros. Algunos
romeros acampan a la vera del trono desde el viernes. Durante
dos días con sus noches permanecen asidos al varal para impedir que un
advenedizo les quite la vez. La lucha por el territorio es encarnizada cuando
llega la hora de procesionarla.
José CEJUDO/Javier LÓPEZ
Fuente: ABC, edición de Sevilla, de 4 -4-1998.
Imagen de portada. Jóvenes arjoneras portando la talla de la Virgen de la Cabeza de Arjona.
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