El otoño disfrazado de candor primaveral penetró en la antesala de último mes de año para arrinconar a la niebla matinal en las vaguadas, bañando las horas mañaneras de los primeros días de diciembre de la luz dorada propia de un sol tibio e indolente.
Con esta escenografía, el campo acoge cada jornada a un sinfín de cuadrillas, afanadas en las tareas de recoger el fruto del olivo antes de que las trapacerías de la lluvia haga acto de presencia y lastime las ya de por sí devaluadas expectativas que padece el sector oleícola, que tiene por delante en los próximos meses retos importantes. Pelear numantinamente por las ayudas, en peligro después de la presentación del borrador de la nueva PAC, debe ser un objetivo irrenunciable, pero la caída de los precios del oro líquido (¿oro a menos de 2 euros?), del bien más preciado de Jaén, no sólo vendrá de la mano de una acertada política de subvenciones, sino que dependerá en mayor medida de los pasos que los productores den en la obtención de mayor calidad del aceite, la cohesión del sector de la transformación, una mayor toma de participación en la distribución y comercialización y una decidida apuesta por la innovación, son premisas que no se deben soslayar si verdaderamente se pretende que el aceite tenga futuro.
Y el espíritu navideño nos alcanza en estos días como una invasión de escenografías, sonidos y aromas que nos invitan a sumarnos a la celebración, que nos llaman a la calle y al consumo, que nos empujan a dar a los demás lo mejor de nosotros mismos.
Los comercios hermosean sus escaparates con trasuntos navideños, las calles lucen el típico alumbrado y las casas se llenan de ornados abetos y belenes de heterogénea artesanía, que mantienen viva una tradición iniciada por S. Francisco de Asís en 1223, cuando el santo franciscano ingenió una representación viviente del pesebre con animales y heno.
Ahora toca rescatar las figuras del belén, desembalar al pastorcillo con su zurrón y cayado que, junto a las lavanderas y otros personajes del pueblo llano, se apresuran a llevar sus presentes al Niño; la comitiva de los reyes, que este año han ocupado el centro de la escenografía, cruzando el puente de madera levantado sobre el serpenteante arroyo de papel aluminio; el palacio de Herodes, que siempre aparece en una esquina escoltado por dos palmeras y, en la otra, las figuras del belén (el buey y la mula las que más calor dan al misterio), un tanto ajadas de tantos años de ajetreado trasiego.
El invierno, puntual como nunca a su cita, toma el relevo y enseguida nos arroja sin escrúpulos un biruje que, entronizadas las sombras, despeja de vida las calles por donde transitan el silencio y la nada.
El frío se cuela traicionero por las rendijas de las puertas y las ventanas mal cerradas, mientras Arjona anda en la tarea de culminar mejoras en sus infraestructuras urbana, interurbana y rural. También dando los primeros pasos para agenciar fondos destinados al arreglo de San Juan; mientras se traspasan los poderes al nuevo gobierno que enseguida toma las primeras medidas que presagian tiempos de austeridad, mientras el monarca nos sorprende en su tradicional mensaje navideño con unos recados apegados al realismo y sentido común, que no desagradan casi a nadie, …
2011, como anciano cargado en años, lentamente camina saturado de balances y ensimismado en su propio inventario sentimental, que anuncia en su ocaso el triunfo de lo nuevo.
La primera amanecida del nuevo año será recibida como un grato y gozoso regalo, bendecido por el silencio de la calle, la calma y el reposo que transmite el pueblo callado y despejado de tráfico, que solo será roto por algunos vehículos rezagados que buscarán el recogimiento de sus ocupantes tras la última gran diversión nocturna.
Para conocer otros sucesos acontecidos en diciembres ya pretéritos,
Imagen del Parque Natural de Andújar a mediados de diciembre.