El verano interminable se adentra, empecinado y recalcitrante, en las primeras estancias del perezoso otoño. Es evidente que se resiste a dejarnos. La tenue lluvia de primeros de septiembre, solo fue un espejismo, una simple nota gris en el paisaje, que pronto se hace recuerdo. No languidece, se recosta amorosamente en los brazos del otoño remolón e indolente, mientras el sol envejece prematuro en atardeceres que se adelantan en sombras más pesadas y crepúsculos festoneados todavía de estrellas.
Septiembre es tiempo de recomenzar, tiempo de retomar tareas y proyectos de trabajo, siempre interferidos por el imperativo del ocio que el verano ofrece por doquier.
La vuelta a las aulas, arranca de los brazos de las madres a sus hijos demasiado inocentes para protegerse del desamparo inicial que ‘la primera vez’ produce. Para los demás, los veteranos, sólo representa al principio un episodio repetido año tras año de madrugones, desayunos apresurados, carreras por no llegar el último a la fila, reencuentros… .
La vuelta al cole también abre la espita del gasto y, si no se anda listo, puede ocasionar un disgusto, un roto doloroso en no pocas carteras.
Por estos pagos recalan responsables de las cosas públicas para conocer los estados de las obras, (obras son amores, ya se sabe), se lava la cara a algunos espacios de todos y se busca optimizar los escuálidos y menguados recursos bajo la premisa de obtener más con menos, que está ahí, a la vuelta de la esquina, la cita con las urnas.
También hay tiempo para el ocio y el relajo; la antiquísima feria real, vehículo otrora transaccional y de negocio agropecuario, reconvertido por mor de los tiempos en días de holganza y esparcimiento, organizados con el ánimo de ofertar espectáculos que buscan a todos contentar.
Y en estas estamos, a la espera de la brisa vespertina que ofrezca una suavidad propia de la primavera y procure alivio a quienes deciden retomar los paseos por sendas vecinales y las frondosas avenidas urbanas.
A la espera de que el cielo se adorne con crespones blancos, irrumpa inesperado el primer bufido de aire frío que arrincone definitivamente la vehemencia del calor, que haga cerrar al anochecer las ventanas de los dormitorios para que la piel busque el refugio suave de la sábana, halagando al cuerpo deseoso de sueño ininterrumpido y la lluvia haga acto de presencia, que venga en socorro de una sedienta tierra, ferozmente hostigada por el tórrido verano.
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