En febrero de 1918 los
medios de comunicación de la época se hacían eco de la particular trayectoria
de un joven estudiante arjonero, Juan Jiménez Torres, que con solo doce años de edad, “había terminado el bachillerato, obteniendo
18 sobresalientes y 2 notables, sin más profesor que su padre”.
Un caso paradigmático, sin duda ejemplar,
si tenemos en cuenta el momento en que se produce, finales de la segunda década
del siglo XX. Por aquellos tiempos la enseñanza era obligatoria, -el Ministerio
de Instrucción Pública y Bellas Artes se había creado unos años antes y los
maestros pasaron a ser funcionarios del Estado por un decreto de Romanones-
aunque existía un elevadísimo absentismo escolar en los albores de la enseñanza
pública debido a que los alumnos abandonaban enseguida la escuela y se incorporaban
en gran medida a partir de los 10 años al trabajo, casi siempre, en el campo.
El sesenta por ciento de la sociedad
española era entonces analfabeta, razón por la que los padres no valoraban la
importancia de los estudios de sus hijos y permitían que prescindieran de los mismos para ayudarles, en unos casos, en tareas de la casa y en otros, en actividades
agropecuarias.
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