lunes, 29 de septiembre de 2014

Imágenes: Barrio de la Judería

     

       Si hay un rincón en Arjona que ha sabido conservar la huella del pasado de su trama urbana, ese es sin duda la aljama o judería del barrio de San Juan, comunidad que, según la historiografía, coexistía ya con la población autóctona de Arjona desde época visigótica y practicaba sus rituales y cultos en torno a la sinagoga que por entonces, según algunas fuentes, ocupaba el actual emplazamiento del templo parroquial de San Juan Bautista.
      En el bajomedievo, las colectividades judías que contaban con núcleos de población importante en las ciudades hispanas, disponían de otros lugares compartidos como los baños públicos, los hornos comunitarios, donde cocían el pan, el matadero donde se sacrificaba a los animales según obligados rituales (sehitah) y cuya carne vendían en carnicería propia, y sepultaban a sus muertos en su cementerio.
      En el caso de Arjona es conocido que la colonia judío sefardita era numerosa a comienzos del siglo VII; un documento fechado en el año 612 recuerda, en ese sentido, la provisión real promulgada por el rey godo Sisebuto con el que pretendía regular la convivencia entre ambas comunidades, judía y cristiana, muy arraigadas en algunas poblaciones de Jaén como Andújar, Baeza, Úbeda y la misma Arjona. Sin embargo resulta aventurado precisar si el numeroso colectivo hebreo establecido en Arjona contaba entonces con tal nivel de organización pues la carencia de hallazgos, la inexistencia de restos arqueológicos de ese tipo de construcciones hasta el momento presente que avalen tal afirmación, impide ir más allá de la simple especulación.
      Empero, en las calles Adarve y Prioratos, sí se puede aún rastrear el trazado urbano donde desenvolvían sus vidas los judíos de Arjona: calles estrechas, empedradas y adaptables a la disposición del terreno. 
La calle Prioratos en su confluencia con Adarve

Calle Prioratos

Comienzo de la calle Adarve

     Como toda sociedad  celosa defensora de su ‘modus vivendi’, para preservar y mantener su identidad, la aljama judía se regía según códigos y ordenamientos jurídicos propios (tacanot)  y convivía segregada del resto de la población mediante un sistema de empalizada o amurallamiento  menor que circundaba al barrio asegurando, de ese modo, su unidad urbanística, la vida en comunidad y la propia defensa en los periodos de paz; en cambio en los momentos de gran conflictividad social, la cerrada estructura urbanística se convertía en una verdadera trampa mortal para sus moradores.
      La judería se comunicaba con los barrios anejos y resto de la población a través de portillos o puertas, generalmente vigiladas durante el día y que por la noche se cerraban.
     De interés turístico
      En el caso de la aljama de Arjona,  podemos contemplar en sosegado paseo dos pórticos de entrada; el primero lo hallamos en la entrada principal al barrio, a comienzo de la calle Prioratos. Se trata de un amplio vano de luz rematado con un arco de medio punto cuya fábrica está revestida bajo una buena capa de cal.


Detalle del arco de medio de punto de la puerta de entrada a la aljama judía. 
      El segundo aparece a mediados de la citada calle. Es una interesante portada labrada en ladrillo cuyo arco descansa sobre soporte de piedra. En ese sentido, sobre las jambas  apoyan sendos sillares moldurados de piedra que sostienen un peculiar arco de herradura apuntado, también conocido como arco túmido, propio de la arquitectura islámica del siglo X, recurso luego empleado por el arte mudéjar, y muy utilizado, dicho sea de paso, en la construcción de la Mezquita de Córdoba.

Portada a mitad de la calle Prioratos

Arco de herradura apuntado o túmido. En su clave se puede apreciar la estrella de David
       Ambos arcos, destruidos en la guerra civil han sido objeto de restauración para su incorporación al conjunto del patrimonio histórico-artístico de la ciudad. 
      También el visitante puede observar, en la intersección de las calles Adarve y Prioratos, uno de los símbolos más antiguos del judaísmo, la menorah. Es un candelabro de siete brazos, elemento tradicional de esta milenaria cultura que aparece en lugar privilegiado del recinto sagrado del Templo de Jerusalén, cuyas luminarias estaban permanentemente encendidas, alimentadas por un sumo sacerdote con el aceite de oliva más puro.


Candelabro de siete brazos sobre pedestal, en el mirador


Lápida de mármol
      Esta alegoría de la primitiva cultura judaica,  asumida desde el principio por los judíos sefarditas hispanos, fue erigida en el mismo mirador del barrio, en la confluencia de las calles Adarve y Prioratos, sobre peana de piedra, ornada a su vez con esotérica lápida de mármol. 
      El lugar obsequia al mismo tiempo al espectador con unas espectaculares vistas de buena parte de la geografía provincial.
      Las fiestas judías
      La comunidad judía celebraba su día sagrado el sábado, (sábat). El viernes ya quedaban interrumpidas todas las actividades laborales para dedicarse por entero a la celebración de la festividad.
      El resto de las fiestas anuales, muy reguladas por la liturgia, observaban un gran cuidado en el desarrollo de todos sus aspectos celebrativos.
      Entre septiembre y octubre tenía lugar con gran solemnidad 'los diez días temerosos' que comenzaban con la Fiesta de Primero de Año y concluía con la de la Expiración o del Gran Perdón.
      Sus fiestas mayores discurrían a comienzos del otoño, entre septiembre y octubre, además de la citada más arriba, la festividad de las Cabañuelas, de una semana de duración; al inicio del invierno, las Luminarias o Consagración, que se prolongaba durante ocho días; al acercarse la primavera, a finales de febrero y comienzos de marzo, la fiesta de las Suertes, celebración alegre donde los niños gozaban de especial protagonismo, y por último, la Pascua, entre marzo y abril, fiesta de ocho días que, en sus orígenes, tenía un claro sentido agrícola, al marcar el inicio del ciclo vegetativo de la naturaleza.


Vista de la calle Adarve en su confluencia con  Prioratos
      Todas las festividades estaban mediatizadas por unos rituales específicos, una gastronomía propia y unos determinados comportamientos de los individuos con respecto a la familia y la comunidad.
      Por último, en la existencia de cualquier judío había tres momentos claves: la circuncisión, practicada al recién nacido al octavo día de nacer, en su casa o en la sinagoga, por un circundador acompañado por el padre, el padrino y diez hombres adultos; el casamiento, formalizado con un contrato donde se fijaban las cláusulas matrimoniales, tenía lugar en la sinagoga ante la presencia mínima de diez varones adultos, y la muerte, con la preparación del moribundo, cuando era posible, del cadáver, de la mortaja, del enterramiento y funeral, y por último, del luto según unos protocolos muy bien definidos.

      BIBLIOGRAFÍA:
      Centro Virtual Cervantes.
      Elaboración propia.
      Las imágenes pertenecen al archivo de Blog.

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