sábado, 20 de abril de 2013

La romería de la Virgen de la Cabeza a través de la prensa (IV)

    Otra mirada, otra visión, expuesta desde una retórica grandilocuente y ampulosa.


Santuarios españoles populares
SIERRA MORENA TIENE EN SU “CABEZA” EL CORAZÓN DE TODA ANDALUCÍA
     
                           Virgen de la Cabeza,
                          ¡quién pudiera ir
                          una vez por septiembre
                          y otra por abril…!
      

    La copla popular -arrullada por la guitarra, encendida por el amor, desgarrada por el dolor o el recelo, vibrante y sublimada por el ímpetu de la fe ingenua y comunicativa- lo dice todo en mi tierra. Fluye como los veneros de sus cumbres, inflama como el sol de su cielo incomparable, perfuma como el oro licuado de sus viñedos, atrae y cautiva como el dejo simpáticamente pegadizo y arabizado de su parla característica, y pervive encantadora como la sugestión y misterio de sus tradiciones y reliquias seculares.
  Entre éstas culmina, en férvido culto de hiperdulía, robustecido y generalizado, la dilección entusiasta por la más alta y universal de sus imágenes y el más renombrado y conmovedor de sus antiguos santuarios. ¡La Virgen de la Cabeza!
  Su nombre expresa la singularidad de su eminencia y el alma toda andaluza palpita, sencilla, enternecida y genuflexa, en sólo cuatro versos de ansiedad religiosa, que, como el Betis olivífero, peregrinan desde las crestas, contrafuertes y lomas de su vertiente hasta las dilatadas marismas que van a dar en la desembocadura de Bonanza, y que, avanzando, se confunden con la inmensidad. Por tal explosión de espiritualidad sincera, el sentimiento colectivo irrefrenable es, a un tiempo, canto y plegaria, suspiro y anhelo, confesión íntima y voz de vehemencia empapada en lágrimas, con que habla, reza y desata allí su alegría la región entera, en sus estupendas romerías de primavera y de otoño.
  Mirador incomparable y escala del cielo, en el empinado cerro de la Cabeza, y sobre las rocosas lajas de sus calzadas se asienta y resalta, con su tonalidad ocre ya renegrida por el sol y por el tiempo, el venerado y célebre santuario. Y desde aquellas fragosas alturas en que Sierra Morena enarca sus hombros gigantescos y expande su brava vegetación, se domina en perspectivas de maravilla inenarrables toda la Bética, que, prosternada ante la Virgencica medieval del pastor manco, bien ha podido ser llamada por ello la “Tierra de María Santísima”.
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  Desde la milagrosa invención de la imagen, en el primer tercio del siglo XIII, ganó esta singular devoción el corazón enfervorizado de las muchedumbres, y fue la ciudad de Andujar, centro y hogar mayor de este culto, la primera que aclamó y festejó reverente en sus calles a esta Virgen, bajada de la sierra en procesión, y la que fijó, para la solemne romería anual de los pueblos al santuario, el postrer domingo de abril. No quiso quedarse atrás Arjona, y no tardaron en sumárseles las más importantes ciudades  y pueblos de treinta leguas en contorno, agrupándose presto en Cofradías de ufana y santa “esclavitud”, en capitulaciones y constituciones especiales de piadoso concurso y en aportación de insignias y lábaros, que, cual guiones de fe y júbilo popular, rivalizaban cada vez más en riqueza y número, y enaltecían y difundían la alteza y denuedo de esta espiritual cruzada.
  Así, los cronistas, que señalaban ya, a mediados del siglo XVII, cerca de un centenar de Cofradías, que en las fiestas abrileñas subían al cerro de la Patrona, salvando las asperezas de las trochas y pendientes montuosas y acampando como legiones diversas de un ejército al pie de las calzadas del santuario, trazan con pinceladas de viva realidad el cuadro pintoresco y emocionante de tal solemnidad. “Es de ver –dicen- cómo los cofrades, alistados por pueblos y ciudades, afluyen y avanzan, cara al cerro de la Virgen, con sus banderas, pendones y estandartes ricos y costosos, bordados de oro y seda, y algunos de pedrería sobre terciopelos y damascos de carmesí y otros diversos colores, que no parece sino que a porfía cada año se aventajan unos a otros. Algunos son tan grandes y tan cargados con el oro y bordados, que van dos o tres cofrades asidos a las varas para poderlos llevar enarbolados en la fiesta y profesión, y otros dos o tres más con guindaletas y cordones de seda, que los van sustentando para que no venzan a los que mantienen en alto a aquellos”.
  Con ser muchas las casas edificadas, para alojamiento durante las fiestas, al pie y enfrente de las calzadas del santuario, la extraordinaria concurrencia excede a toda previsión y disponibilidad de un año para otro. Y así son tantos, que cuéntense por centenares los cofrades que forzosamente han de acomodarse en tiendas de lona muy grandes y capaces o en otras  improvisadas estancias, que no excluyen los mismos carros y  coches en que hicieron la caminata ni los hodiernos automóviles que hacen alto en los alrededores del arco de la plaza del santuario, ofreciéndosenos en su conjunto el más pintoresco y animado campamento, que, contemplado desde la meseta de cerro de la Virgen, al salpicado y vivo fulgor de las innúmeras fogatas encendidas y esparcidas, semeja espejo inmenso del cielo estrellado.
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  No se celebra ahora, como antaño, la feria franca tradicional que en torno al santuario duraba ocho días, a la cual acudían “tantos mercaderes de platería y otras mercaderías, con tal abundancia, que en aquel desierto sobraba todo y no faltaba nada”. Pero ni en la heredada devoción de las multitudes, que suman millares ni en su exaltado y desbordado júbilo, ni en los próvidos mantenimientos que sobrepujan a todo cálculo, se echa nada de menos en la extensión dilatada que cubre aquel ejército de fervientes romeros desde el día antes de la fiesta renombrada.
   De los más distantes burgos y aldeas de entrambas Andalucías y de luengas tierras castellanas pónense en movimiento con tiempo los ‘cucones’; y a los madrugadores de las lejanías se van incorporando, al paso de la peregrinación por caminos y poblados, las demás Cofradías romeras, que hacen gala de sus características y divisas inconfundibles, Colomera toma la delantera a todas; cuatro días antes del último domingo abrileño tremola su bandera e inicia la marcha al cerro de la Cabeza en jornadas de entusiasmo reavivado que, haciendo escalas en Castillo de Locubín y en Jaén, va acrecentándose y reclutando las legiones de devotas de la provincia hasta Andujar, donde todos confluyen y de donde todos partes juntos en una ascensión indescriptible para el santuario serrano.
  En las continuas vueltas  y revueltas de camino interminable que desde la antigua Iliturgis lleva a la cumbre de la Virgen, irrumpiendo por la vegetación selvática de la sierra brava en un subir sin respiro, pasando por el risueño y exuberante oasis de “las Viñas” de la altura para descender luego a los desfiladeros y cauce delicioso del Jándula –paraje desde el cual, mirando al cielo, se descubre con honda emoción la amorenada silueta del santuario que señorea la altura-, y de allí, ascendiendo de nuevo hasta el cerro famoso, la multitud peregrina, enfervorizada y alegre, avanza, y, sin desmayo de cuerpo ni  de espíritu, antes obsesa de divina locura, toca el término de su renovada romería, que es como poner pie en la bíblica tierra de promisión de sus anhelos.
  El sábado anterior a la fiesta acuden a Vísperas al templo todos los cofrades, llevando sus estandartes, banderas y pendones entre vítores y músicas; y como la iglesia es pequeña para contenerlos a todos, por grupos, por pueblos han de ir turnando en el desfile. Y no bien salen del templo por su orden, cuando, deteniéndose a poco trecho, van tremolando las banderas en porfía de quienes lo hagan mejor, para lo cual procuran en tal día designar a los de mayor fuerza y destreza de cada Cofradía, dando la muchedumbre romera  voces y entre aplausos la victoria a quienes hayan aventajado a los demás.
Vista de las casas de Cofradías a pie del Cerro (1929)
  Sábado y domingo van turnando las Cofradías en las fiestas que se suceden, y cada canto y rezo termina con vítores de frenético entusiasmo dentro de templo.
  Tras la función solemne del domingo (día 28 este año), día grande de la fiesta mayor, que corresponde a los cofrades de Andújar, la imagen de la Virgen, engalanada con sus más ricas vestiduras y alhajas, coronada de oro, como su divino Hijo, y circuída de su opulento y refulgente nimbo, es puesta por los capellanes de su culto sobre el regio pedestal y andas de plata, que, dispuestas y aderezadas al efecto, llevan a hombros más de 40 cofrades andujareños hasta las puertas del santuario, donde la recibe la Cofradía de Arjona, de la cual pasa a las de los otros pueblos allí representadas, a medida que la procesión va desfilando por entre las peñas de las calzadas, en que cada Hermandad forma ordenadamente con sus rótulos y emblemas.
  Del amor de aquel pueblo a su Patrona son espléndido testimonio las graníticas estelas de su Rosario Monumental, que, robustos hitos de encendida devoción y arte, se asientan elocuentes en las calzadas desde agosto de 1928, en que una Junta de damas aristocráticas andujareñas, presidida por la noble y venerada condesa de Gracia Real, poniendo en obra la iniciativa de Alcalá Venceslada, ilustre escritor jaenés, las inauguró solemnemente e hizo bendecir por el prelado diocesano en la inolvidable procesión nocturna de las Antorchas, digno coronamiento jubilar del VII Centenario de la Virgen adorada.
                                                                                 RODOLFO GIL
  
    Fuente: Texto y foto interior tomados de ABC, edición del 28-4-1929.
   Foto de portada: Autor: Caño Martínez. Tomada de Canal Romero.

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